- Reconocer el mérito en los demás. Por la parte que hayan tomado en el éxito de la empresa y señalarlo de manera espontánea, pronta y pública. Usurpar ese crédito, atribuirse a sí mismo méritos que corresponden a quienes trabajan a las órdenes propias, es un acto innoble, sega la fuente de afecto e incapacita para comportarse como corresponde a un ejecutivo.
- Controlar el temperamento. Debe tenerse capacidad para dirimir pacífica y razonablemente cualquier problema o situación, por irritantes que sean las provocaciones que haya que tolerar. Quien sea incapaz de dominar sus propios impulsos y expresiones, no puede actuar como director de una empresa. El verdadero ejecutivo abdica el derecho a la ira.
- Nunca hacer burla. De nadie ni de nada. Evitar las bromas hirientes o de doble sentido. Tener en cuenta que la herida que asesta un sarcasmo, nunca cicatriza.
- Ser cortés. No protocolario, pero sí atento a que los demás encuentren gratos los momentos de la propia compañía.
- Ser tolerante. De las faltas que puedan encontrarse en la raza, color, modales, educación o idiosincrasia de los demás.
- Ser puntual. Quien no puede guardar sus citas, muy pronto se constituirá en un estorbo.
- No ser vanidoso. Y si se es, ocultarlo como el secreto más íntimo. Un ejecutivo no puede exhibir arrogancia ni autocomplacencia. Cuántas veces los fracasos de hombres bien conocidos confirman el adagio de "el orgullo antecede a la caída". Cuando uno empiece a decir que otros empleados son torpes, o que los clientes son mezquinos o necios, habrá empezado a meterse en embrollos.
- No alterar la verdad. Lo que uno afirme, debe hacerlo reflexionando; y lo que prometa, debe cumplirlo. Las verdades a medias pueden ocultar errores, pero por poco tiempo. La mentira opera como un bumerang.
- Dejar que los demás se explayen. Especialmente los colaboradores, hasta que lleguen al verdadero fondo del problema, aunque tenga que escuchárseles con paciencia durante horas. Haría uno un pobre papel como director, si dominara una conversación en vez de limitarse a encauzarla.
- Ser conciso. Expresarse de manera clara y contundente, sobre todo al dar instrucciones. Nunca estorba un buen diccionario a mano.
- Depurar el vocabulario. Eliminar las interjecciones. Las voces vulgares y los giros familiares debilitan la expresión y crean malentendidos. Para demoler verbalmente a sus enemigos, los grandes parlamentarios nunca emplearon una sola expresión vulgar.
- Disfrutar del trabajo. Es muy legítimo tener pasatiempos e intereses en otras cosas, pero si se estima como un sacrificio venir los sábados o quedarse en la oficina más allá del horario en caso preciso, entonces lo que se necesita es un descanso y otra compañía en donde trabajar.
- Reconocer el enorme valor del trabajador manual. Cuya productividad hace posible la posición directiva y afirma el futuro de ambos.
- Pensar en el interés del negocio antes que en el personal. La fidelidad a la empresa promueve el propio beneficio.
- Análisis por encima de la inspiración o la intuición. Este debe ser el antecedente para actuar.
- Dedicación al trabajo. Beneficia al individuo, a la empresa y a la sociedad entera. En esto se asemeja a un sacerdocio.
- Ser modesto. Si no se comprende que nada tienen que ver con el valor de la persona el tamaño del automóvil o de la casa, o el número de amigos y de los clubes a que se pertenece, o el precio del abrigo de pieles de la esposa y el rótulo de la puerta del despacho y si estas cosas significan para uno más que la tarea bien y calladamente cumplida y los conocimientos y el refinamiento espiritual para adquirirlos, entonces se precisa un cambio de actitud o de trabajo.
domingo, 21 de enero de 2024
Ideario Cuauhtémoc
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Eugenio Garza Sada,
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