
Cae el pétalo,
y en su leve caída
veo tu paso.
Tarde de brisa —
el sol da en el rincón
donde dormías.
Brota el cerezo —
la vida continúa
sin preguntar.
Pasan las nubes,
y el mundo sigue igual…
menos mi pecho.
Flores brotando —
donde ella se acurrucaba,
olor a durazno.
Abro la ventana,
entra el canto del mirlo…
pero ella no salta.
Brisa de abril,
el cojín en su sitio,
y tan vacío.
En la penumbra,
parece que regresa
el ronroneo.
Garras pequeñas
marcaron mi pecho—
bajo la piel.
La primavera avanza,
y yo sigo llamándote
al dar las nueve.
Maúlla el alma,
pero no hay quien responda —
se enfría el té.
Sus pasos tenues
ya no cruzan mis sueños.
La noche pesa.
Sobre mi pecho
solía dormitar —
quedó el hueco.
La flor del ciruelo
cayó sin despedida.
Así partiste.
Bajo la lámpara,
aún guardo un leve pelo —
luz que no muere.
Sobre el libro,
ya no cae su sombra —
silencio blanco.
Pantalla y luna,
junto a mi teclado
ya no se acuesta.
Brisa de primavera,
la almohada más tibia
se ha desvanecido.
Contra la negra noche
se hace presente tu ausencia.
Sombra blanca.