Rafael Narbona.
25 de octubre de 1946. Karl Popper imparte una conferencia en el Moral Science Club de la Universidad de Cambridge que titula: ¿Existen realmente los problemas filosóficos?. Popper habla con pasión. Una lluvia suave azota los altos cristales de la sala. De vez en cuando, asoma el sol y el silencio se restablece. Al fondo, escuchan Ludwig Wittgenstein, visiblemente contrariado, y Bertrand Russell, con la cara sumida en la preocupación. Conoce a Ludwig y sabe que no le agrada lo que escucha. Teme que al finalizar la conferencia se enfrente con Popper y pierda los estribos. Ha oído que en su etapa de maestro de escuela pegaba a los alumnos con violencia prusiana. A pesar del frío, Wittgenstein lleva unas sandalias que le dejan los dedos al aire. Sin corbata, su americana y sus pantalones están arrugados. Parece que hubiera dormido con la ropa puesta. Algunos profesores no ocultan el desagrado que les produce su aspecto.
Popper ha reparado en Wittgenstein y se pregunta qué efecto le están causando sus palabras. Está explicando que las tesis metafísicas no pueden ser refutadas, lo cual no significa que carezcan de significado. Simplemente, hay que señalar que no pertenecen al dominio de la ciencia. El saber debe ser demarcado, clasificado, ordenado. Hay que señalar claramente el lugar de cada proposición para no llegar a conclusiones ilegítimas. Las proposiciones morales tienen significado, pero no pueden ser avaladas por la ciencia. Pertenecen al terreno de la filosofía y, por tanto, son meramente especulativas.
Termina la conferencia. Wittgenstein se acerca a Popper. Le mira desde arriba, pues mide veinte centímetros más que él. Parece un cisne contemplando desdeñoso a un patito feo. Popper le sostiene la mirada sin dejarse intimidar. Wittgenstein afirma que las proposiciones morales carecen de significado. No son despreciables, pero no expresan hechos del mundo. Apuntan a un más allá inaccesible e inverificable. Solo son símiles sobre los que nunca habrá consenso. No aportan conocimiento y nunca estarán respaldadas por la razón.
—Deme un ejemplo de proposición moral con significado —exige Wittgenstein.
Popper responde con calma, pero sin escatimar la ironía. Su interlocutor advierte su condescendencia y agarra un atizador de chimenea, alzándolo amenazador. Bertrand Russell interviene y le pide enérgicamente que suelte el atizador.
—Usted no me entiende, Russell —chilla Wittgenstein—. Usted no entiende nunca lo que digo.
—Usted lo está confundiendo todo, Wittgenstein —replica Russell, visiblemente irritado—. Usted siempre lo confunde todo. Suelte el atizador.
—¿Quiere una proposición moral con significado? —pregunta Popper, con cierta malicia en la mirada—. Aquí tiene una: No amenazar a un profesor visitante con un atizador.
Wittgenstein arroja al suelo el atizador y se marcha dando un portazo. Russell suspira aliviado y Popper sonríe con aire triunfador. El duelo ha terminado y ha salido bien librado. La lluvia ha vuelto a golpear el cristal. Cambridge es un lugar de contrastes.