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miércoles, 17 de julio de 2024

El sermón de Montesino (III): Consecuencias

Tras escuchar el sermón de viva voz, el segundo almirante y otros oficiales del rey que habían asistido a misa, se reúnen en casa del primero. Allí deciden "ir a reprehender y asombrar al predicador y a los demás, si no lo castigaban como a hombre escandaloso sembrador de doctrina nueva, nunca oída, condenando a todos, y que había dicho contra el rey y su señorío que tenía en estas Indias, afirmando que no podían tener los indios".

Fray Pedro de Córdoba enfrenta con tranquilidad, y poco asombro, a los quejosos que reclaman la presencia de fray Antón de Montesino; ante el pedido de retractación por haber “predicado cosa tan nueva”, responde Córdoba que el sermón pertenece a toda la comunidad. El superior de los dominicos accede a llamar a Montesino (“el cual maldito el miedo con que vino”, anota sabrosamente Las Casas). Precisa en seguida el sentido del controvertido sermón diciéndoles que ellos, los frailes, después de una madura deliberación "se habían determinado que se predicase la verdad evangélica y cosa necesaria a la salvación de todos los españoles y los indios de esta isla". 

Al domingo siguiente, ante la expectativa general, Montesino sube nuevamente al púlpito y repite las mismas ideas, haciendo caso omiso de la retractación pedida. Corrobora “con más razones y autoridades lo que afirmó de tener injusta y tiránicamente aquellas gentes opresas y fatigadas”. El predicador recuerda que en ese estado no se pueden salvar y, además, amenaza con la negativa a admitirlos en confesión si persisten en su actitud. Con ello los dominicos provocan un nuevo rechazo de los notables de la isla; pero esta vez la queja no se hará ante el superior religioso local, sino que atravesará rápidamente el océano. Los frailes son entonces acusados en España, desde allí les llueven las reprimendas del rey y de su propio superior religioso, Alonso de Loaysa. 

Manda por eso el rey, como lo hará más tarde Carlos V con los dominicos de Salamanca, incluido Vitoria, que se les advierta que ni “ellos ni otros frailes de su orden hablaran en esta materia ni en otras semejantes en púlpito ni fuera de él en público ni en secreto”. La prohibición es tajante. Sólo pueden tocar el tema nuevamente para retractarse de lo que dijeron.  El contraste del contenido de las misivas de Loaysa con la evangélica inspiración del sermón de Montesino, y el digno comportamiento de Pedro de Córdoba, deja una penosa impresión del superior de la Orden. 

El grito de La Española, el sermón de Montesino, el compromiso de la comunidad dominica no cuestionaban solamente el modo como eran tratados los indios; iba, de hecho, hasta los pretendidos fundamentos y la injusticia radical de la guerra y del sistema opresivo mismo. Esa denuncia es hecha, en última instancia, desde un requerimiento básico del evangelio: el amor al prójimo. Las Casas consideró siempre que en las Indias, desde el sermón de Montesino, no cabía aducir ignorancia respecto de la injusticia que se cometía contra los indios.